Los Reyes fueron hace unos meses, pero me acuedo de ellos como si fuera ayer por cierto accidente que sufrí con la bici.
Ese fin de semana hacía un sol muy bueno y no había viento así que mi pareja y yo quisimos dar una vuelta en bici. La idea era estirar un poco las piernas después de tanto turrón y sofá (y todo hay que decirlo, después de pasar 10 horas al día entre semana sentados porque trabajamos en el ordenador). Todo iba bien. Yo no iba rápido, ni estaba distraída, simplemente no vi el bordillo. Y cuando digo que no lo vi, es que de verdad que NO lo vi. Me lo comí de frente, sin más.
Salí volando por encima del manillar. No caí de lado, ni con el culo, ni de cara. Aterricé con la mano. La derecha, por supuesto, y me quedé en el suelo unos segundos, no por el dolor, sino por la rabia. Mi marido se bajó corriendo y empezó a decirme: “¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? ¿Puedes moverla?”. La verdad, sí podía moverla. Pero dolía. Dolía como cuando te das un golpe fuerte y te sube la corriente por el brazo. Ah, y el calor que te coge en toda la zona.
Fuimos a urgencias. Radiografía. Espera. Gente con mocos. Gente tosiendo. Un niño gritando. Al cabo de un rato, un médico joven, con cara de llevar demasiadas horas de guardia, me dice que es una fisura. Que me ponga un cabestrillo y listo, que no hace falta operar.
La recuperación fue buena, el médico… no tanto
Tras un mes con el cabestrillo, volví a revisarme. Más radiografías, más revisiones… Al final, el médico me confirmó que la lesión estaba recuperada, que hiciese algunos ejercicios por mi cuenta y ya está. Esto me extrañó, porque pensaba que me enviarían al fisio, así que le pregunté si podría recuperar la movilidad completa, porque yo trabajo con ordenador y necesito la mano. Me miró y me dijo: “Tú con que te puedas rascar el culo con la otra mano vas bien”. Literalmente eso. No es una exageración. Me lo dijo tal cual.
No sabía si reírme, si enfadarme, o si largarme. Me quedé callada, con esa cara que se te queda cuando alguien dice algo tan fuera de lugar que no sabes ni cómo reaccionar.
Luego, me mandaron para casa.
No me quise resignar
Durante unos días me dediqué a cuidarme en casa. Tomé el antiinflamatorio que me recetaron, mantuve la férula, no hice esfuerzos. Pero algo no me cuadraba. Sentía que la mano no estaba bien. Que los dedos se agarrotaban. Que el pulgar no se movía como antes. Y sobre todo, que si no hacía algo, eso se iba a quedar así para siempre.
Busqué por mi cuenta un fisioterapeuta especializado en mano, como Cerema, especialistas en rehabilitación de mano, codo y hombro, y descubrí que hay profesionales que se dedican específicamente a la rehabilitación de la mano. ¡Y menos mal!
Encontré una clínica en mi ciudad que tenía buenas referencias. Pedí cita. Fui con mi informe, con la férula puesta, y con bastantes nervios. Me atendió una fisioterapeuta que, desde el primer minuto, me escuchó de verdad. Me preguntó cómo fue la caída, cuánto tiempo llevaba con la inmovilización, qué movimientos podía y no podía hacer. Me miró la mano, me tocó los dedos con mucha precisión, y me dijo: “Esto tiene solución, pero hay que currárselo”.
Qué hace un fisioterapeuta de mano
En la primera sesión ya entendí que esto no era solo esperar a que se me quitara el dolor. Había que trabajar activamente para recuperar la función completa de la mano.
El trabajo de un fisio de mano no se limita a darte masajes. Van mucho más allá. Evalúan el tipo de fractura, el estado de los tendones, los ligamentos, la rigidez de las articulaciones, el equilibrio muscular… Son verdaderos profesionales.
En mi caso, el primer objetivo fue reducir la inflamación y empezar a movilizar la zona sin dolor. Usaban técnicas manuales para desbloquear articulaciones, para liberar adherencias en los tendones, y para que los músculos volvieran a activarse. Nada era casual. Cada gesto que hacían tenía un propósito.
Ejercicios específicos que tuve que hacer
Después de unas cuantas sesiones, me dieron una rutina de ejercicios para hacer en casa. No eran complicados, pero sí muy concretos. No podía improvisar. Algunos parecían tontos: mover un dedo hacia arriba y hacia abajo lentamente, hacer pinza con el índice y el pulgar, apretar una bola de goma blanda. Otros requerían más coordinación: coger clips pequeños, doblar un folio con una mano, girar una tapa de tarro con control.
Había que hacerlos varias veces al día. No bastaba con ir al fisio dos veces por semana. Lo importante era mantener el estímulo constante, enseñarle al cuerpo a volver a usar la mano como antes. La paciencia era fundamental.
Al principio me frustraba. Sentía que no avanzaba. Que los dedos seguían rígidos. Que al intentar girar la muñeca todo se atascaba. Pero poco a poco, con constancia, empecé a notar cambios. El dolor se fue yendo. La hinchazón bajó. Recuperé fuerza.
Aparatos y herramientas que usaban en consulta
Además del trabajo manual, en consulta me aplicaban distintas técnicas con aparatos. Uno que me impresionó bastante era el ultrasonido terapéutico, que ayuda a acelerar la regeneración del tejido. Pero lo que más me ayudó fue un tipo de terapia que no conocía: la movilización activa asistida. La fisio colocaba mi mano sobre una base y con la otra me guiaba en el movimiento, ayudándome a completar el gesto sin que yo tuviera que hacer toda la fuerza. Eso me permitió recuperar movimientos sin forzar demasiado.
Otro día trajeron un tablero de actividades, como los que usan en terapia ocupacional, con botones, tuercas y piezas para manipular. Parecía un juego, pero cada parte tenía un objetivo: mejorar la precisión, la coordinación fina, y la fuerza de agarre.
No todo el mundo tiene acceso fácil a esta atención
Durante estas semanas me di cuenta de lo difícil que es, para mucha gente, acceder a una fisioterapia así. No todo el mundo puede permitirse pagar consultas privadas. En la sanidad pública, los recursos son limitados. A veces dan citas para dentro de meses. Y si el médico de urgencias dice que “no hace falta”, nadie te deriva.
Por eso entiendo que muchas personas se queden con secuelas. No porque quieran, sino porque el sistema no da para más. Y porque hay profesionales que sueltan frases como “te puedes rascar el culo con la otra mano” y se quedan tan anchos.
Yo pude elegir buscar otra opción. Pero eso no es lo habitual, y es una pena, porque con un poco de atención y una buena rehabilitación, muchas lesiones podrían resolverse bien.
Aprendí a mirar más por mí
Después de todo este recorrido, me he quedado con varias lecciones. La primera: que nadie va a cuidar de tu cuerpo mejor que tú misma. Si notas que algo no va bien, insiste. Pide una segunda opinión. Cambia de médico si hace falta. No te conformes con respuestas vagas.
La segunda: que el cuerpo necesita tiempo para sanar, pero también necesita movimiento. El reposo absoluto no siempre es la solución. La clave está en encontrar el ritmo justo, en moverse con control, sin prisa pero sin pausa.
Y la tercera: que la mano es una maravilla de la ingeniería humana. Hasta que no la pierdes, no te das cuenta de todo lo que haces con ella. Abrir una cremallera. Atarte los cordones. Pelar una mandarina. Escribir un WhatsApp. Sujetar un vaso. Todo parece fácil… hasta que deja de serlo.
Volver a usar mi mano como antes
Pasaron varios meses hasta que recuperé por completo la movilidad. A día de hoy, mi mano derecha está como antes. Puedo escribir, cocinar, sujetar peso, abrir botes y hasta volver a montar en bici. No tengo dolor, no tengo rigidez, y la fuerza ha vuelto casi al cien por cien.
Todo eso gracias al trabajo del fisio, a la constancia en casa y, sobre todo, a no rendirme cuando alguien me dijo que me acostumbrara a vivir con la mano mal.
Volví a esa clínica hace poco, para saludar. Les llevé una caja de bombones. No soy muy sentimental, pero sentí que les debía algo más que un “gracias”. Me devolvieron una parte de mi vida que daba por perdida.
Lo que cambió después de aquella caída
Ya no voy en bici tan distraída. Miro el suelo con más atención. Pero lo que más ha cambiado no es eso. Lo que ha cambiado es que ya no me fío de la primera respuesta que me dan sobre mi salud. Pregunto. Investigo. Contrasto. Porque entendí que, a veces, hay que insistir para poder moverse otra vez como antes.
Y si alguna vez un médico vuelve a soltar una frase como la que me dijeron a mí, tengo muy claro que no me quedaré callada. Porque no es solo una mano: es mi vida entera la que se ve afectada cuando algo deja de funcionar.