Cómo elegir y preparar el trasportín ideal para volar con tu mascota.

Cuando se planea un viaje en avión con un perro o un gato, una de las decisiones más delicadas pasa por escoger el trasportín adecuado. No es una cuestión que se pueda tomar a la ligera, ya que ese habitáculo va a convertirse en el pequeño mundo donde nuestra mascota pasará varias horas, a veces en ambientes ruidosos o con cambios de presión, temperatura y rutina. Acertar con la elección no solo facilita los trámites con la aerolínea, puesto que también influye directamente en el bienestar del animal. Y es que un trasportín inadecuado puede suponer desde problemas en el embarque hasta situaciones de verdadero agobio para el animal. Por eso, merece la pena dedicar un rato a entender bien cómo debe ser, cómo prepararlo y qué detalles hay que tener muy en cuenta antes de despegar.

Normativas y homologación.

Una de las cosas más importantes es asegurarse de que el trasportín esté homologado por la IATA, que es la Asociación Internacional de Transporte Aéreo. Esta organización establece unos requisitos bastante estrictos sobre el tipo de jaulas y contenedores que pueden utilizarse para el transporte de animales vivos en avión. Aunque cada compañía aérea puede aplicar reglas ligeramente distintas, lo habitual es que todas se basen en esos criterios.

Por ejemplo, si vas a facturar al animal en bodega como equipaje especial o como carga viva, el trasportín debe ser rígido, con material resistente como plástico duro, sin ruedas (o con ruedas bloqueables), con cierres metálicos seguros, buena ventilación en al menos tres de los cuatro lados, y un sistema de apertura que impida que el animal escape accidentalmente. En cabina, en cambio, suelen aceptarse bolsas o mochilas flexibles, siempre que respeten las medidas máximas que impone cada aerolínea para colocarlas bajo el asiento delantero.

Es importante revisar las normas específicas de la compañía aérea con la que se vuela, ya que algunas exigen dimensiones concretas, peso máximo con animal incluido o incluso características como comederos fijos dentro del trasportín. No cumplir estas exigencias puede acabar en un embarque denegado.

Medidas personalizadas.

Uno de los errores más frecuentes es comprar un trasportín “a ojo”, sin medir correctamente al animal. Y es que aquí no sirve fijarse solo en el peso, hay que tener en cuenta la longitud del cuerpo, la altura hasta las orejas y el comportamiento habitual del animal. El trasportín debe permitirle estar de pie, darse la vuelta sin esfuerzo y tumbarse de forma natural, pero sin que sobre demasiado espacio, porque eso aumenta el riesgo de que se desplace bruscamente durante el vuelo.

Para un perro, la IATA recomienda tomar la distancia desde la base del pecho hasta la punta del rabo (largo del cuerpo), desde el suelo hasta la parte más alta de la cabeza o las orejas (alto) y desde el hombro izquierdo hasta el derecho (ancho). A partir de esas medidas, se calcula el tamaño mínimo aceptable del trasportín. En gatos, es más sencillo, pero conviene recordar que algunos son sorprendentemente altos o largos cuando se estiran, así que tampoco hay que quedarse cortos.

La comodidad empieza por ahí: si el animal va encajonado, se estresará mucho más y tendrá dificultades incluso para beber o tumbarse. Si va demasiado suelto, puede moverse sin control o hacerse daño con los baches del avión.

Materiales y acabados.

Aunque muchas personas escogen el trasportín más barato de la tienda sin mirar demasiado los materiales, lo cierto es que hay grandes diferencias entre unos modelos y otros. Los que están pensados para viajar en avión suelen tener paredes de plástico rígido, bastante grueso, con esquinas redondeadas, tornillería metálica y ventilación lateral. Las puertas suelen ser de rejilla metálica, con doble cierre de seguridad.

Es recomendable evitar trasportines que tengan piezas de clipado plástico, ya que pueden soltarse durante el manejo. También conviene fijarse en que la base sea antideslizante y que el suelo permita colocar una esterilla absorbente sin que se mueva. Algunos modelos de calidad incluyen además asas ergonómicas, ruedas desmontables o compartimentos ocultos para documentación.

Los materiales blandos, tipo mochila o bolsa de tela, pueden servir en vuelos donde el animal viaja en cabina, siempre que estén reforzados, tengan buena ventilación y permitan cerrarse completamente. De todas formas, es importante que el animal esté familiarizado con ese tipo de trasportín, ya que, al ir debajo del asiento, el espacio se reduce mucho.

Acondicionamiento interior.

Por muy cómodo que sea el trasportín, si no se prepara correctamente por dentro, el animal lo vivirá como un lugar extraño. Por eso es fundamental pensar en el interior. Lo primero es colocar una base mullida y absorbente. Hay esterillas especiales que absorben orina y otros líquidos sin quedar empapadas, pero también puedes usar una toalla doblada o una colchoneta de espuma fina si el animal no es propenso a los escapes.

Otro detalle útil es introducir dentro una camiseta o prenda con olor del dueño, ya que eso transmite seguridad. También puede colocarse un juguete de goma, siempre que sea resistente y no represente un riesgo si se muerde. Si la aerolínea lo permite, puedes fijar un bebedero tipo tolva o uno que se acopla a la puerta, y ofrecerle agua hasta el momento del embarque.

Hay quien opta por rociar feromonas sintéticas relajantes, como Feliway o Adaptil, dentro del trasportín un rato antes del viaje. Estos productos simulan olores que tranquilizan a perros y gatos, y pueden ser un buen refuerzo para animales nerviosos.

Acostumbrarse antes del vuelo.

Uno de los errores más habituales es dejar el trasportín guardado en un armario hasta el mismo día del viaje. Así, cuando llega el momento, el animal ve que lo encierran en un espacio extraño, con olores nuevos y en un contexto estresante. Es una receta perfecta para el pánico.

Lo ideal es que el trasportín forme parte de su entorno habitual semanas antes del vuelo. Puedes dejarlo abierto en una zona de la casa que le guste, con una mantita dentro o premios en su interior. Poco a poco, irá entrando solo, olfateando, explorando. Luego puedes cerrar la puerta brevemente mientras está dentro, sin obligarlo. Y cuando se sienta cómodo, dar pequeños paseos por casa con él en brazos o en el coche.

Este tipo de habituación previa es fundamental para que el viaje no sea traumático. Incluso se recomienda que duerma varias noches dentro, con la puerta abierta o cerrada, según su nivel de tolerancia. Así, el día del vuelo, el trasportín será un refugio familiar, no una cárcel desconocida.

Errores frecuentes que pueden complicar el embarque.

Hay ciertos detalles que, aunque parezcan menores, pueden arruinar toda la planificación del viaje. Por ejemplo, llegar al aeropuerto con un trasportín que excede en un par de centímetros las medidas permitidas para cabina puede suponer tener que facturar al animal o incluso perder el vuelo si no hay opción.

También es habitual no revisar bien el estado del trasportín después de mucho tiempo guardado: cierres oxidados, tornillos flojos, ruedas que no giran o barrotes deformados pueden jugar una mala pasada. Llevar pegadas pegatinas antiguas, documentos desactualizados o usar transportines con nombres ilegibles o sin etiquetas visibles puede confundir al personal de tierra.

Además, nunca se deben colocar candados, cuerdas o bridas improvisadas que impidan abrir fácilmente el trasportín en caso de emergencia. Algunas compañías exigen un tipo de cierre concreto que pueda desbloquearse manualmente por el personal aeroportuario sin herramientas.

Trámites, controles y tiempos para anticiparse al estrés.

Cada aeropuerto y compañía aérea puede gestionar de forma distinta el embarque de animales. En vuelos internacionales, además, hay que tener en cuenta la documentación sanitaria, el pasaporte, el microchip, las vacunas obligatorias y posibles cuarentenas. Estos pasos pueden generar nervios si no se conocen bien de antemano.

Desde  el grupo Star Cargo nos explican que cada país tiene exigencias distintas, tanto en vacunación como en la homologación del trasportín, y que una gestión incorrecta puede derivar en la denegación del embarque o el rechazo en destino. Ellos recomiendan planificar con meses de antelación y revisar toda la documentación con detalle, especialmente si el viaje implica escalas o países con normativas complejas como Australia, Reino Unido o Japón.

Trucos extra para un viaje más llevadero.

Además de todo lo anterior, hay algunos gestos que conviene tener en cuenta cuando se trata de volar con tu mascota. Por ejemplo, evitar darle comida en las 6-8 horas previas al vuelo puede prevenir vómitos y digestiones pesadas, aunque es recomendable que beba agua hasta el último momento. También conviene llegar al aeropuerto con tiempo suficiente para que el animal pasee y haga sus necesidades antes del check-in.

Llevar encima una copia extra del pasaporte veterinario, una foto reciente del animal y su microchip escaneado en formato digital puede ser útil si surgen imprevistos. Y si tu mascota es propensa a ponerse nerviosa, vale la pena hablar con el veterinario sobre opciones naturales para tranquilizarla. Algunos recomiendan productos de valeriana, triptófano o infusiones relajantes, siempre bajo supervisión profesional.

El trasportín puede parecer un simple accesorio, pero en realidad es el elemento que conecta la seguridad, el bienestar y la legalidad del viaje. Elegirlo y prepararlo bien, dedicarle tiempo, y conocer cada paso del proceso ayuda a evitar un vuelo estresante y a conseguir una experiencia más cómoda para todos. Especialmente para quien viaja sin entender del todo por qué de repente se encuentra metido en una caja rumbo a otro país.

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